idoneidad recíproca equilibrada

vosotros, gnósticos del hombre, número y razón,
que perseguís herencias sostenidas en los estériles asideros del progreso, que justificáis a la especie, festejáis la existencia, creéis sinceramente, más allá de su efecto narcotizante, sabed que en el improbable caso de eliminar todo rastro de injusticia del hombre por el hombre, encontrareis en las otras especies el blanco de vuestro martirio a medida que sofistiquéis la sensibilidad, y descubriréis ciertas paradojas incómodas que destruirán vuestro credo o lo arrastrarán a las sombrías regiones donde se refugia la esperanza.
y sabed que al mundo no le importará.
vosotros, que no creéis sin embargo, que no buscáis en utopías ni os desvelan imposibles, no rompéis candados y os cruzáis de brazos ante las babas del diablo, escrupulosos con el ínfimo poder del hombro, y el inamovible telón de fondo, sabed que existen las depravaciones aún sin valor de eternidad, que está por llegar una gran revolución, que apoyareis, o no, al principio, y os espantará después y descubriréis ciertas paradojas incómodas que destruirán vuestro credo o lo arrastrarán a las sombrías regiones donde se refugia la infamia.
y sabed que al mundo sí le importa.

8 comentarios:

Abraham dijo...

Oh sabio, ten por seguro que el mundo no nos conoce.

Y nosotros, apenas si sabemos qué es el saber.

Excepto tú, oh sabio, que habitas cuantos lados de la duda.

Julio Dìaz-Escamilla dijo...

El logos y rhema. Disfruto este otro fluir de la palabra, este otro remanso creacional.
Mil felicitaciones.

Crista de Arco dijo...

Hasta la victoria siempre !

Un beso o 2 ***

Elena dijo...

Me gusta.
El fondo, y el trasfondo.

uminuscula dijo...

qué cosa más bonita me has dicho

Anónimo dijo...

Parece una escena de Pulp Fiction.

MO.


P.D.: Lo que le faltaba al Diablo, por cierto, era babear.
Qué asco, coño.

Manuel Torres Rojas dijo...

La vida siempre termina igualando al pensamiento, por revolucionario que este sea. Por los siglos de los siglos...

Francesc Cornadó dijo...

Cuando el apañamundos bajó por la ladera rocosa no encontró más que antorchas apagadas. Un silencio ahuyentó las moscas de la plaza, se estropearon las balanzas, sus fieles señalaban pesos exagerados y los vendedores de especias marcharon despavoridos.
¡Pobre apañamundos!
Salud
Francesc Cornadó