los palos del sombrajo



por cuantas lunas llegaron a tus ojos
me arrastré por las callejas de tus días
de fango
-sin chistarte siquiera una vez-.

me eché al frente de la jornada
en que te cegaba la mañana, porque no soportabas tu cara golpeada por luces incisivas,
y yo, alfombra, avanzadilla yo, de tus tropiezos.

me retiré al costado -y no me importa si me crees-
cuando pretendías mover el mundo
antes que dar un paso molesto por ver sobre quién reposaste la pisada. 

te perfilé tantas espaldas para que te vieras con valor y mirarle de vuelta,
cuando el sol bajaba y te desafiaba a la altura de los ojos.

y me clavé en la tierra ante el cenit como avestruz sin orgullo,
así no te oprimiera la evidencia y pudieras mantener el cuello recto,
colgado al aire.

por cuantas lunas viste
me doblé en cada esquina, trepé por las paredes hasta los balcones
que no atreviste asaltar.

me lancé a los barrancos que mirabas desde el borde.

me desdoblé en bajo las farolas, mudé y muté
al antojo de tus paseos entre brillos vaporosos.

no dejé de tomar el plomo para tu plomada,
chincheta en el mapa,
el ángulo preciso a la derrota.

consumí muchas vidas en la hoguera
para que tuvieras un baile de máscaras.

por cada luna,
me ofrecí
en tus cazas nocturnas
a ocultar tus vergüenzas con celo
entre los velos.

te di siluetas a la medida móvil de tu ego.
te salvé de enterrarme cuando los castillos de arena,
sábanas de arrojo sobre las muchachas en flor,
y siempre una salida de emergencia en el suelo.

por cuantas lunas alcanzaron tus ojos,
sabes, y si no yo te lo digo,
que fui sin excepción el único testigo.

robé,
mentí, mordí, ladré, como buen perro,
y me dejé la piel; el rostro por el camino.
maté en tu nombre,
tantas cosas bellas.

y tú, 
siamés desventurado
de peso y grosura.

tú, eclipse constante
que me tapó la vista.

me debes al menos
no darme la cara oscura de tu cara
cada vez que te veo.