audaz la tarde

audaz la tarde que supo llevarme al retiro del nervio y ofreció a la bandada de buitres un festín de recuerdos desmembrados hasta resignarlos a hueso con hueso chirriando en un contacto seco y sórdido de ensoñaciones pasadas y delirios de un futuro cuya realidad se insinúa en el pico agudo que advierte al ojo mirando.

educación

a veces veo el murmullo constante de la educación, que sedimenta suave pero con firmeza algún departamento despistado de la conciencia, medrando mansamente en la voluntad y la apreciación del mundo de afuera; a veces, digo, lo veo estampado contra el párpado cerrado en un habitual pestañeo -porque esta evolución nuestra no ha conseguido salvar de otro modo la intoxicación por tanta realidad-, y en ese lapso fortuito advierto un garabato perdido que busca desesperado seguir todo aquello que se alzaba luciendo la monstruosa ficción que se ha ido edificando a base de demasiadas cosas podridas con el tiempo o envenenadas desde los principios a golpe de poder y de compañías depravadas. pero los siglos han dotado a esta ponzoña de la pátina suficiente como para que tome un mismo y plausible tono verde esperanza y hacer menos incómoda la sonrisa educada.

se trata de un instante, un soplo, una fisura casi imperceptible del mundo de afuera, pero que siento como un relámpago que detona un cúmulo de impulsos entregados a reventar el abismo que me separa de lo que queda al otro lado del párpado.

sin título

mi pie descalzo, el adoquín que afila uñas y el chicle pegado estira el brazo hasta la dislocación para que no dé el siguiente paso mientras me espera una colilla en el suelo dibujando una sonrisa perversa de humo negro y un guiño al cristal encendido con luz de farola estallada en un haz de venganzas que asoman por el bordillo. las alcantarillas balbucean desde su respiración entrecortada manantiales de lodo y gusano. el pie, que supura rojo oscuro de atardecer investido por cuervos, se revuelve ante el suero de alquitrán extendido por las arterias de la ciudad en llamas eléctricas, una ciudad cualquiera que arropa al niño que más tarde moriría por nosotros y que nos advierte en un sinfín de neones de porqué vivimos los demás.
y tan es así que me lanzo de cabeza más allá del adoquín, chicle, cigarro y cristal, de la alcantarilla, la sangre y el alquitrán, sin remedio, a una charca donde la luna, sola, se ahoga.